10 MITOS Y VERDADES SOBRE EL COOPERATIVISMO
Alveiro Monsalve Z
Consultor
<BODY TEXT> En el cooperativismo, como en toda ideología, también hay mitos. Mitos no en el sentido de hechos o personajes prodigiosos, sino en el sentido de ideas equivocadas, creencias con relativa fuerza, símbolos con un específico significado o valores culturales que hace parte del imaginario colectivo.
Los mitos sobre el cooperativismo se originan en ciertas percepciones del común, en historias que se volvieron leyendas con el tiempo, en determinados análisis teóricos, en doctrinas que han carecido de consistencia lógica y hasta en algunos enfoques de política pública por no conocer de la realidad social. Tal vez los mitos pretendan fundamentar una particular cosmovisión de la solidaridad humana o de la cooperación asociativa que a veces encontramos como ambigua según el punto de vista desde donde se le mire.
Malinowsky afirmaba que los mitos son parte de las creencias no mediante explicaciones racionales, sino culturales y por tanto cumplen funciones esenciales en el tejido social bien sea por su significado en la psicología humana, por su valor explicativo en el acontecer social o por su pragmatismo en las estructuras económicas y sociales de una sociedad.
Sin duda alguna ciertos mitos han sustentado –basados en creencias falsas- la trayectoria histórica del cooperativismo, lo cual no debe parecer extraño, si tenemos en cuenta que todo conocimiento humano es perfectible. Intentemos especificar algunos, más con la idea de un juego conceptual que con la seriedad dogmática de las afirmaciones:
MITO 1:
La democracia participativa es lo que da identidad al cooperativismo como un modelo innovador y diferente.
No es así. La dimensión empresarial y la dimensión asociativa se complementan entre sí, en un modelo autogestionario que se constituye en su propia fuerza sostenible. Muy a menudo, la democracia mal entendida y la interferencia de los Directivos en la gestión empresarial, son la principal dificultad para el desarrollo de las cooperativas. La participación es vital en una organización solidaria, pero no puede convertirse la cooperativa en un instrumento para alcanzar propósitos políticos, sindicales, religiosos o de género, entre otros. La innovación está justamente en las características integrales de su modelo organizacional, diferente a otros modelos empresariales.
MITO 2:
La educación cooperativa hace mejores asociados y cualifica el desarrollo exitoso de una cooperativa.
No siempre. El conocimiento de la filosofía cooperativa sobre los contenidos teóricos y doctrinales es indispensable en los procesos formativos. Pero es la dinámica real de la cultura solidaria, su adecuada gobernabilidad y el mejoramiento continuo de las prácticas cooperativas exitosas, lo que fundamenta el desarrollo de una cooperativa.
MITO 3:
El no lucro de las cooperativas hace que los servicios sean más baratos, por aquello de que las cooperativas son reguladoras de precios.
Falso. La empresa cooperativa tiene sus propios costos, como cualquier empresa y debe ser competitiva en el mercado. Competencia es una cosa y competitividad otra. Los activos productivos generan ingresos para cubrir los gastos y la diferencia –los excedentes-, están destinados a mejorar los servicios y alimentar Fondos que ayuden a satisfacer las necesidades de los asociados y sus familias. Fundamental es el conocimiento y la facilidad de acceso a los servicios, porque sólo de esta manera es como crece la cooperativa. Las condiciones del mercado han cambiado tanto con la globalización, que las cooperativas ya no son reguladoras de precios, como pudo haber sido en el pasado.
MITO 4:
Las cooperativas, símbolo de solidaridad, de cooperación asociativa, de ayuda mutua, siempre se cooperan entre sí.
En la práctica no es así. En un país como Colombia falta mucho sentido de integración cooperativa. Pueden más los egos personales que la necesidad de integración. Las normas no obligan, los pactos no se cumplen y las cooperativas creen que funcionarán mejor por sí mismas que de manera articulada. Se desconoce la importancia de trabajar en red, de la integración económica, de las economías de escala y del trabajo articulado con la comunidad en lo local, en lo regional y lo nacional; mucho menos en lo internacional. Se practica poco la cooperación entre cooperativas. Hay una especie de “etnocentrismo cooperativo” que lleva a creer a directivos y asociados, que la propia cooperativa es mejor que todas las demás.
MITO 5:
Quienes dirigen las cooperativas son genuinos cooperativistas, modelo de rectitud, idoneidad y compromiso y son además los que sí saben de cooperativismo.
Falta mucho para que esto sea así. La mayor parte de quienes dirigen las cooperativas son personas poco preparadas para administrar, gobernar y dirigir de manera adecuada su propia empresa autogestionaria. En muchos casos prima el interés particular sobre el interés general de los asociados. Es común ver un estrecho círculo de amigos que se alternan el manejo del poder a lo largo del tiempo, impidiendo la participación de las nuevas generaciones. En su liderazgo algunos fusionan cooperativismo con sindicalismo y otros desconocen que la gestión social requiere también gestión económica exitosa. Por todas estas razones se omiten con mucha frecuencia en la dirección de las cooperativas las prácticas éticas del buen gobierno.
MITO 6:
El común de los asociados conoce como dueño y usuario la estructura de su propia cooperativa y utiliza adecuadamente los servicios que su organización le ofrece.
No es así. En realidad la mayor parte de los asociados no conocen la estructura democrática y organizativa de su cooperativa y tampoco el conjunto de servicios y beneficios que pueden encontrar en ella. Es un problema de educación, de estrategia comunicativa y de información. En muchas organizaciones solidarias lo que preocupa al asociado es ahorrar, no la utilización de los servicios. A muchos sólo les interesa el crédito. Si llevan mucho tiempo de vinculación, se retiran para rescatar su aportes sociales y vuelven a reingresar al poco tiempo. Siempre se da el fenómeno de cooperar con los que no cooperan. Si no se utilizan los servicios que generan ingreso para la cooperativa y no se preserva el capital social, ésta no podría crecer ni desarrollarse. Hay la mentalidad generalizada de buscar únicamente el propio beneficio y no lo que se puede dar o aportar en un modelo de ayuda mutua y de autoayuda. El pensamiento más común es “qué puedo recibir de mi cooperativa”, y no “qué puedo hacer por mi cooperativa”.
MITO 7:
Los valores y principios cooperativos se practican de manera permanente en la autogestión cooperativa; por eso las cooperativas hacen visible su propia identidad, de acuerdo con su naturaleza.
Lejos estamos de esa realidad. Al común de las cooperativas –en su actuar social y empresarial-, les hace falta el valor de ser diferentes con su propia identidad solidaria frente al entorno que les rodea. El crédito las hace visibles, no la misma práctica cooperativa y solidaria. Para que haya verdadera identidad se requiere interiorizar los valores y principios en la mente y en el corazón de cada asociado, entre los empleados y entre los directivos de cada cooperativa. Los ideales y los sueños del mundo cooperativo, tan diferentes de la realidad. Es frecuente la confusión entre principios y valores y entre éstos y la doctrina se da una profunda brecha de ignorancia. ¿Cómo saber cuál es el papel de las cooperativas en el mundo si no conocemos la esencia de este modelo organizativo mediante el cual la sociedad podría resolver múltiples problemas económicos, sociales, culturales y ambientales?
MITO 8:
Los gobernantes, como actores de la política pública comprenden claramente la razón de ser y la naturaleza única de las cooperativas.
No es así. Ni los gobernantes de turno, ni la alta clase política, ni los legisladores, comprenden las características y propósito de las organizaciones solidarias en una economía como la nuestra. Por eso en ochenta años de cooperativismo en Colombia se han dado aciertos –no todo es malo- y un gran número de desaciertos en la orientación de las políticas públicas para el fomento, desarrollo y supervisión del sector cooperativo. Si no se cuenta con un marco jurídico más audaz y más a tono con la nueva economía mundial, es porque falta una visión más clara de las potencialidades del sector solidario. Es indispensable que quienes toman las decisiones en el alto gobierno y las diferentes regiones del país, conozcan el poder transformador de las cooperativas y profundicen en este modelo empresarial para construir desarrollo sostenible a escala humana.
MITO 9:
Los grupos empresariales cooperativos son una excelente fórmula para el desarrollo cooperativo.
Está por demostrarse. Las organizaciones grandes, por ser grandes, no aseguran la calidad del servicio para los asociados, ni la satisfacción adecuada de sus necesidades y expectativas. Por el contrario, las organizaciones pequeñas pueden ser más ágiles en sus estrategias de competitividad diferenciadora –no se trata de competir en un feroz mercado- porque son más fuertes en el nivel local, dadas sus raíces de compromiso con la comunidad, donde viven y trabajan sus propios asociados. Los grupos empresariales –no siempre cooperativos- mezclan formas cooperativas y no cooperativas para poder sobresalir en un entorno de mercado. Aunque haya innovación en esta fórmula, a través de inversiones múltiples y por lo general cruzadas, que no atañen siempre a las necesidades del asociado, están por verse sus resultados en el largo plazo. Lo grande no asegura su eficacia. El desarrollo local cooperativo, por su arraigo socio cultural, por su cercanía con las necesidades de los asociados, está confirmado como alternativa óptima en la historia del movimiento cooperativo a nivel mundial.
MITO 10:
Mediante las organizaciones cooperativas se podría llevar a cabo el desarrollo de un país.
Continúa siendo una utopía. Está por construirse un modelo macroeconómico cooperativo en el mundo. La economía social y solidaria es una alternativa viable, pero no se trata sólo de cooperativas, sino de un conjunto de organizaciones solidarias, que unidas entre sí, podrían asegurar equidad en los sistemas globales de producción, distribución y consumo. La propiedad solidaria, diferente a la privada y a la pública, sería el fundamento de esta alternativa viable. Un Estado cooperativo sería la máxima utopía política en la que podría pensarse. Como siempre, las ideas son las inspiradoras de la acción. Primero están los sueños y deseos y después están las realidades. El pensamiento cooperativo –como utopía inspiradora- tendrá siempre un gran poder transformador en el surgimiento de la nueva humanidad.