La economía solidaria como veta de éxito empresarial
Por: Juan Fernando Álvarez1
Hace un par de décadas, en 1998, leía artículos sobre la alternatividad de la economía solidaria; cursaba la carrera de economía, en un país en el que se mostraban las bondades de la distribución rentística fruto de la explotación petrolera.
Era fácil detectar que el comportamiento de las personas estaba movido, preponderantemente, por razones individualistas; la ganancia y la avidez atravesaban toda actividad. Por tanto, la promesa de la felicidad se basaba en consumir, competir y pensar en sí mismos. Lo demás era historia. En ese contexto, pensar en la cooperación como alternativa era tiempo perdido.
Había autores que nadaban contracorriente y eso me inquietaba. Bajaba a los “laboratorios de tecnología” para apartar un computador. Llevaba un disquete para bajar la información disponible sobre economía popular, de los trabajadores, alternativa, solidaria y cuantos apodos a la economía generara una veta de esperanza. Rápidamente, encontré en las lecturas de Coraggio, Razeto y Max-Neef el principio de muchos intelectuales que construyeron con su pensamiento vías factibles de acción. De manera que tenía un tema original para estudiar, aunque ello implicara un esfuerzo adicional para poder obtener buenas calificaciones.
Al unísono, corrían tiempos de incertidumbre frente a la globalización y ello aceleró que algunos sindicalistas, intelectuales y activistas enfocaran su mirada a experiencias solidarias que desde la socialdemocracia, las iglesias y las alianzas juveniles se habían promovido exitosamente.
El tiempo transcurrió y ya se identificaba con unicidad el potencial de la economía solidaria como alternativa para re-direccionar el rumbo de la economía e incluso ya habían algunos datos empíricos. Eran épocas de reformas institucionales pero pronto nos dimos cuenta de que el camino se construye desde la base.
Para principios del presente siglo se hizo irrebatible que el éxito empresarial se constituye de rentabilidad económica, retorno social y preservación ambiental. Como la mayoría de organizaciones basan su éxito sólo en la rentabilidad, la imputación de costos y beneficios sociales y ambientales terminaron generando retrocesos en sus beneficios. Ello determinó cambios en la forma de hacer las cosas mientras la responsabilidad social y términos afines ganaron terreno.
Faltaba un pacto global y éste terminó cuajando en el año 2015 con los Objetivos de Desarrollo Sostenible. Estos consolidaron décadas de esfuerzos por trazar acuerdos de perdurabilidad planetaria. Por si fuera poco, en el mismo año sale la Encíclica Papal Laudato Si, un documento orientador sobre el cuidado de nuestra casa común, y finalizó ese año con la firma de un compromiso amplio por la reducción del CO2 en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático COP21.
Aunque hoy no podemos afirmar que el Laudato Si haya cambiado la creciente devastación planetaria, el aumento de las brechas de desigualdad y la preocupante gobernabilidad democrática, si ha contribuido a mitigarlo y generar un diálogo en el que diferencias religiosas, políticas y culturales se ponen de lado para pensar en un propósito común. Tampoco podemos afirmar que el COP21 haya inducido cambios en el mito económico de que el crecimiento económico infinito y la competencia derivan en un bienestar colectivo; sin embargo, avivó la llama de un movimiento que pone en duda los cimientos culturales del consumo como medio para el logro de la felicidad.
Por ello, mientras algunos plantean que se han alcanzado niveles de conflicto, degradación y pérdidas democráticas nunca antes vistas; otros afirman que son las últimas patadas de un sistema económico en desuso por inutilidad.
Científicos como Jeffrey Sachs, Manuel Castells y Tania Singer, dan cuenta de que enfrentamos un cambio de época en la que la cooperación, la confianza y la búsqueda del bien común son, y serán, el método de interacción prioritaria en un futuro que ya podemos construir sin ataduras ni preconcepciones.
Este cambio de época, lo encuentro presente en iniciativas de emprendimiento social que hacen sencillo lo que antes era muy complicado enfrentar. A un click de distancia se crean campañas de crowdfunding para reducir los niveles de indigencia en varias partes del mundo y se promueven movimientos de consumo responsable. De reuniones vecinales se generan monedas no especulativas, se decide cómo utilizar el presupuesto local, en que invertir los ahorros en bancos éticos, se generan sistemas participativos de garantías y se amplía el comercio justo.
En este cambio de época podemos generar, con nuestras acciones, incentivos hacia una economía al servicio del bien común y desincentivos hacia un sistema que languidece por la especulación, la avidez y el egoísmo. Como muchas de estas acciones son desarrolladas por organizaciones solidarias, hoy no tenemos que gastar tiempo en visibilizar nuestras acciones en el sistema actual pudiendo canalizar todas nuestras energías a la decisión de profundizar cambios que nos conduzcan al éxito del presente y del mañana.
1 Profesor de la Universidad Javeriana y Scientif Counsul de CIRIEC. E-mail: [email protected]