Mi experiencia con el traje Mollii: cómo el Ingenio y la tecnología cambian nuestras vidas
Por: Eduardo Frontado Sanchez
Consultor de Diversidad e Inclusión laboral
Los seres humanos tenemos un cuerpo tan genial que es capaz de dar respuestas rápidas, acertadas y además sabe y entiende lo que significa la calidad de vida.
Es natural resistir el cambio. Pero ese no tiene que ser el caso. Lejos de ahí, el cambio es realmente bueno para nosotros tanto en nuestra vida personal como profesional, ya que nos hace más flexibles, nos expone a nuevas experiencias y personas y abre las puertas a más oportunidades.
Tengo 35 años y por el hecho de haber nacido con una condición como la parálisis cerebral, que luego se transformó en espasticidad generalizada, he tenido que someterme a diversos tratamientos para mejorar mi calidad de vida y ser una persona funcional y productiva.
Por un tiempo descuidé totalmente mi parte física, por unos 7 años me dediqué a graduarme de mi carrera profesional y me dediqué a trabajar. Este descuido trajo sus consecuencias, como lo son muchos dolores y pérdida de funciones, que a su vez se convirtieron en un desgaste total de mi calidad de vida, llegué a no poderme sentar y a tener un pulmón pisado por la contractura de mi brazo izquierdo.
Para contrarrestar toda esta desatención y frenar el deterioro de mis funciones, emprendí el camino del tratamiento con toxina botulínica, la cual en Venezuela en la actualidad es uno de los tratamientos más usados para controlar la espasticidad, el dolor y las diferentes patologías de mi condición. No obstante, es importante aclarar qué la toxina tiene sus partes buenas y algunas no tanto. El Botox tiene una fecha de vencimiento o un lapso en el que puede ser inyectado, debido a que se puede transformar en fibrosis en los músculos, y ese fue mi caso por el hecho de tener 10 años haciendo este tratamiento en mi cuerpo y por lo cual no se conseguían los efectos esperados en mi espasticidad.
Mi madre conoció el llamado Exopulse Mollii Suit, primer traje de neuromodulación que ayuda a la estimulación eléctrica transcutánea, luego de verlo en el programa El Hormiguero de la Televisión Española internacional, y nos pareció una alternativa menos cruenta que la toxina botulínica y sus 42 inyecciones cada cuatro meses.
Para no alargarnos en detalles científicos, la idea de este traje la tuvo un quiropráctico sueco, Fredrik Lundqvist, que trabajaba en la rehabilitación de pacientes con daño cerebral. Más tarde se unió Nicolas Loren Abboud, cuya hija nació con parálisis cerebral y el Exopulse Mollii le cambió la vida.
Mi mamá con la certeza de que era posible probar la opción del traje Molli, se dispuso a la tarea de investigar todo lo relacionado a esta nueva terapia. Durante la búsqueda se comunicó con todos los centros que se estaban abriendo alrededor de la Unión Europea y el primero de ellos en contestar fue el Instituto Charbel de neurociencia, ubicado en Málaga, España. Se realizaron todos los pasos pertinentes entre los que estaban, un informe detallado de mí enfermedad o patología, mis medidas, peso, estatura y talla, para luego ser sometido a un análisis y calificar para tratamiento.
Sucedió el cambio
Debo confesar que soy una persona totalmente renuente a los cambios, por dos meses y medio le hice la guerra fría a mi madre por miedo a lo desconocido, miedo al traje y lo que significaría en mi vida.
En junio del año en curso acudí al Instituto Charbel para un mes de tratamiento experimental, y sin duda alguna fue un cambio definitivo en mi calidad de vida. Los primeros 45 minutos fueron una sensación de alivio profunda que nunca en mi vida había experimentado -he probado todo tipo de tratamientos para aliviar los dolores producidos por la espasticidad-, los dolores desaparecieron y hasta el sol de hoy no han regresado.
La única condición del traje es ponértelo cada 48 horas durante una hora y hacer rehabilitación diaria. Mi relación con el traje es totalmente de ganancia, logrado cosas como pararme mejor, mantenerme sentado con una mejor postura, tener mayor control de tronco, así como lavarme la cabeza yo solo, cosas que en 35 años para mí eran imposibles.
La clave en la vida es intentarlo todo, luchar con nuestros propios miedos y demonios porque eso es parte de la vida. Vivir es un recorrido muy corto y nuestro compromiso como seres humanos es procurarnos la felicidad. Hoy a mis 35 años, puedo decir que no tengo ningún dolor. Me atrevo a decir que mi vida ha experimentado transformaciones drásticas y cambios realmente positivos.