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noviembre 22, 2024
Alveiro

Cooperacion egoista, el lastre de la cooperación solidaria

Por: Alveiro Monsalve Z.

Consultor

En nuestras organizaciones solidarias, como en toda obra humana, se observa una permanente contradicción entre los que buscan siempre el provecho personal y los que contribuyen de manera desinteresada al bienestar general. Unos y otros hacen parte del colectivo solidario, pero los primeros son una carga para la organización y los segundos los verdaderos gestores de la empresa asociativa.

En la gestión democrática

egoismoLa persona egoísta sobrepone el interés propio al ajeno y por lo general ocasiona perjuicio a los demás. El egoísmo es un lastre, en el sentido de que es una carga pesada para llevar a feliz término la acción solidaria. La actitud egoísta, muy particular en algunos seres humanos, dificulta mucho los procesos de cooperación asociativa. Entre estas personas están los líderes ventajosos, los vivos que siempre están al acecho de las oportunidades en beneficio propio, los que se hacen reelegir de manera indefinida, los que manejan el poder sin ética, los revanchistas de la egocracia cooperativa, los traficantes de influencias, los que se caracterizan por sus malas prácticas de gobierno, los criticones vengativos, los que no construyen sino que desbaratan. Hay muchos matices en esto de los cooperadores egoístas. Convencidos de que cooperan porque hacen parte de la organización colectiva, son una carga ominosa, es decir, un lastre para el bienestar general.

Los cooperadores solidarios, por el contrario, son gestores de democracia participativa; buscan siempre dar más que recibir; si son parte del nivel directivo o de los comités, o de la administración, mantienen un comportamiento ético ejemplar; no buscan protagonismo más allá de expresar su voluntad de servicio y de apoyo al proceso de cooperación asociativa; aceptan las diferencias y las discuten con imparcialidad; se preparan muy bien para gobernar bien; tienen una visión de conjunto sobre la realidad y por eso buscan siempre el bien común.

En la práctica la gestión democrática se dificulta en gran medida por los cooperativistas egoístas, que suelen ser minoría, en perjuicio de los cooperadores solidarios que son muchos y que deberían ser más influyentes en las organizaciones solidarias.

En la participación económica

<BODY TEXT> Siendo la empresa asociativa un conjunto de recursos organizados con propósito común, el capital social económico ha de beneficiar a todos sus miembros con criterios de equidad colectiva. Al capital patrimonial todos aportan, unos más otros menos, unos desde tiempo atrás y otros reciente, pero en esta fuente colectiva de apalancamiento financiero, todos los aportantes deberán encontrar beneficio según los límites del retorno cooperativo. El capital social, es decir, el capital de todos, crecerá si hay utilización adecuada de los servicios y si la gestión empresarial se hace con parámetros de eficiencia operativa.

pareja-en-problemas-60En este contexto los cooperativistas egoístas, por ejemplo, limitan su membresía a mantener su ahorro personal esperando una tasa de interés atractiva y rentable para su propio beneficio, sin acceder a más servicios. Su relación con la organización asociativa es solamente monetaria y no solidaria como debería ser. Interesa el préstamo, no la entidad solidaria.

Cooperar con los que no cooperan tiene siempre un alto costo para la empresa asociativa. Hay muchos cooperadores egoístas que son una carga permanente de gastos para la entidad, sin que se reciba a cambio mayor aporte para el crecimiento y desarrollo institucional. Aquí se incluyen los que estando en la alta dirección presionan decisiones de gasto que sólo favorecen a un reducido grupo de asociados, con la falsa idea de estar haciendo gestión social de esta manera.

El cooperador solidario, por el contrario, se siente y actúa como gestor cooperativo, como aportante social al grupo colectivo, copartícipe de la gestión económica en la medida en que utilice bien todos los servicios a su alcance. El cooperador solidario tiene un alto sentido de pertenencia a la organización cooperativa y es leal en las buenas y en las malas.

El capital colectivo, que suele ser la suma de muchos pequeños ahorros a lo largo del tiempo, significa una suma solidaria, unión de esfuerzos económicos, patrimonio de todos. Esto representa, entonces, una fuente sagrada donde todos dan y todos reciben, todos ponen y todos toman, todos aportan y todos se benefician. No funciona de otra manera la cooperación asociativa. Los cooperadores solidarios son realmente la base de la sostenibilidad asociativa. Es esto lo que muchos cooperativistas no comprenden.

En la cultura solidaria

La dimensión asociativa de las organizaciones solidarias es la dimensión humana. Aquí está el escenario de la gestión social. Aquí es donde tiene razón de ser el encuentro de las personas que se han unido para ayudarse. A través de la gestión social que deben impulsar los directivos se construyen espacios y oportunidades para la integración social de los asociados.

Con la gestión social la gente siente que es importante, que hace parte de un todo, que es gratificante unirse con otros para mejorar su calidad de vida. El bienestar de todos es la máxima expresión de la gestión social. Y si a este escenario le agregamos un conjunto de valores, principios, prácticas, costumbres, modos de ser y de pensar, entonces podríamos encontrar una cultura solidaria, o cultura de la solidaridad, que ha de ser genuina y expresiva, sólida y muy arraigada, basada en la filosofía de la ayuda mutua, para que sirva de sustento a todos los procesos de cooperación asociativa.

Los cooperativistas solidarios forman todos los días en sí mismos, una elevada conciencia solidaria. Cuando se fortalece la conciencia solidaria en cada asociado de la cooperativa, se robustece al mismo tiempo la cultura de la solidaridad y sobre ésta arraigará la verdadera educación cooperativa. No se puede hacer cultura solidaria con prácticas individualistas.

La cultura solidaria integra energía y talento humano, une voluntades, mantiene vivo el sentido de la autoayuda y de esta manera crea riqueza colectiva para todos los que se han unido en comunidad asociativa. La cultura individualista, por el contrario, se convierte en lastre de la cooperación solidaria y tiende a dañar lo que los demás construyen con tanto esfuerzo.

Son muchos los que se vinculan a una cooperativa con la idea de recibir mucho, a cambio de un pequeño ahorro. Pocos piensan que podrían dar más aunque reciban menos. Es la contradicción entre la lógica individualista y la lógica solidaria. Por eso hay una lucha permanente entre conciencia solidaria y actitud insolidaria. El reto de todos los días en cada organización asociativa, es cerrar esta profunda brecha.

Para que la cooperación egoísta no continúe siendo un lastre en las organizaciones solidarias, se requiere formar procesos sostenidos de conciencia solidaria y sólo sobre ésta arraigará con fuerza la indispensable educación para la solidaridad asociativa.

Foto: relacionmatrimonial.files

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