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noviembre 22, 2024
EDITORIAL OPINIÓN

La asociatividad más allá del negocio

En el primer mes del año, cuando los colombianos empezamos a ir a la tienda o el supermercado, nos dimos cuenta que los precios aumentaron un 20 o 30 por ciento dependiendo del producto. Incluso promedios superiores para los que tienen un seguimiento más afilado. Pero lo cierto es que la subida de los precios nunca se detuvo durante todo el segundo semestre de 2020.

Las advertencias de años sobre la necesidad de proteger a los productores nacionales y la importancia de incentivar el consumo de los alimentos locales, se convirtió de la noche a la mañana en una realidad y en un llamado común. Llamado que para los citadinos era poco importante, pues poco a poco siempre el consumidor se amolda a las condiciones que le impongan. Explicaciones como la crisis de los contenedores y la inflación en EE.UU son aceptadas sin mayores discusiones.

En regiones productoras hay ejemplos de éxito de integración campesina y de asociación donde con el proceso se cumplen los pasos necesarios como la producción, trazabilidad, transporte y comercialización.

Esas comunidades han aprendido algo más allá de unirse para la producción y la compra de todos los insumos del negocio. Son grupos que han desarrollado confianza entre sus integrantes. Ahora con un modelo de integración ya no están expuestos individualmente a los extraños que les imponían, por ejemplo, condiciones comerciales como el precio y los tiempos de pago.

De otra parte los grupos armados también quieren ver al campesino sólo, desconectado, o desconfiando de la comunidad para poder entrar y dividir regiones que al final terminan siendo un botín para quienes pretenden instrumentalizarlo para el conflicto como combatiente, como productor de cultivos ilícitos o despojándolo de sus tierras.

En el conflicto, que pretenden reactivar como negocio, los señores y señoras de la guerra, hay un capítulo especial para las mujeres que son además violadas y tomadas como esclavas
de los grupos en las zonas.

En la industria del despojo la frase: “Le compro a usted o a la viuda” era el génesis del desplazamiento a las ciudades. Donde muchas familias sólo tenían algunos minutos para reunir sus bienes más básicos. Ahí hay todo un proceso de investigación que apenas empieza.

Los que no quieren que el Proceso de Paz se consolide y que regresemos a la época de reportes en números de bajas, no han entendido que esas comunidades campesinas están aprendiendo de su capacidad de integración. De la confianza entre sus miembros que reemplaza en muchos casos la institucionalidad de un Estado distante o reducido a una presencia de hombres uniformados.

El Cooperativismos y el sector solidario ya ha logrado los primeros ejemplos de éxito, la masificación de
este modelo abre un mundo para los campesinos. Dominar toda la cadena de producción, distribución y comercialización de alimentos es el principal objetivo que se deben fijar las entidades de mayor tamaño, que con su experiencia pueden arropar, acompañar, financiar y asesorar a esas organizaciones campesinas que las reclaman en la zona.

El trabajo de las ciudades, de las oficinas, de las plataformas tecnológicas seguirá siendo el día a día de las empresas cooperativas, pero la articulación de un porcentaje de ese esfuerzo hacia los proyectos campesinos y rurales deberían formar parte de ese balance social que tanto se quiere hacer valer ante las autoridades regulatorias.

El sector solidario nacional tiene en sus manos la capacidad de dirigir buena parte del consumo de alimentos, bienes y servicios, e influir en el abastecimiento nacional mientras participa en el mercado financiero. Pero sobre todo contribuir a formar una nueva generación que pueda confiar en su vecino.

Foto: pixabay

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