EL PREMIO NOBEL Y LA ECONOMÍA COOPERATIVA
Por: Alveiro Monsalve Z.
Consultor
En este año 2017 la Real Academia Sueca de las Ciencias otorgó el Premio Nobel de Economía a Richard Thaler, economista estadounidense, por sus valiosas investigaciones sobre la influencia del comportamiento humano y de sus características psicológicas, sociales o conductuales en la planeación de las decisiones económicas.
La teoría económica, sobre todo la marginalista del siglo pasado, se ha basado en supuestos perfectos con criterios de ceteris paribus, en la absoluta racionalidad de los agentes económicos o en el conocimiento pleno y transparente de los productores y consumidores. Supuestamente el homo económicus es un ser predecible, hiperracional, cuyas decisiones microeconómicas se pueden simular en gráficas de coordenadas, tal como se haría con las curvas de costo-beneficio, o de la oferta y la demanda a escala macroeconómica respecto al comportamiento del mercado.
No hay tal racionalidad
Pero la cruda realidad ha demostrado que el homo económicus está lejos de comportarse así, como lo pretenden las simulaciones de los teóricos de la economía. Siendo la economía una ciencia social, es natural que se apoye en otras disciplinas para avanzar en su estudio científico de la realidad.
Por tal motivo, en este caso, estudiosos como el psicólogo Daniel Kahneman, Premio Nobel de Economía en el 2002; Robert J. Schiller, Nobel de Economía en el 2012, y el ahora más reciente en 2017, ganador del Nobel en este campo, Richard Thaler, éste sí economista, han demostrado que los seres humanos no somos tan racionales como se creía en nuestras decisiones económicas.
La economía del comportamiento, basada en el análisis científico de los factores humanos, sociales, emocionales, cognitivos, neurocientíficos, hace parte hoy en día del análisis económico y financiero para comprender mejor las decisiones de los consumidores, los inversionistas y el conjunto del mercado. Ahora comprendemos con mayor claridad, desde el ángulo psicológico, las decisiones económicas de los consumidores, prestatarios, inversionistas, por motivos no siempre racionales y cómo afectan éstos a los precios de mercado, los rendimientos y la asignación de recursos.
Economía racional solidaria
La economía cooperativa, que es también un modo de racionalidad económica, deberá incluir en sus investigaciones, si es que se hicieran, el análisis del comportamiento solidario en lo económico y en lo social y encontrar las motivaciones superiores que influyen en la ayuda mutua por encima del individualismo en una colectividad. Se potenciaría así su eficacia para resolver las múltiples necesidades de las personas en comunidad.
Elinor Ostrom, Premio Nobel de Economía 2013, avanzó en este sentido con su teoría racional sobre los determinantes imperiosos de la acción colectiva y el gobierno de los bienes comunes. La racionalidad económica, entre cooperar y no cooperar, está influida por el egoísmo, el sentido de justicia, el autocontrol subjetivo, la publicidad o las decisiones políticas.
En este sentido, el contexto solidario tendrá sus propias características a diferencia de la racionalidad económica individualista. Si hay autoayuda humana, económica o laboral, será eficaz la ayuda mutua, lo que revierte en mayores beneficios económicos para la cooperación asociativa. Justo porque no hay conciencia de autoayuda es que no resulta eficaz, como se quisiera, la ayuda mutua entre personas.
El poder de la economía emocional
Conductas poco racionales, que en algunos casos parecen insolidarias, se pueden describir muchas en el mercado: las amas de casa que hacen compras más allá de lo necesario con el argumento de que los precios estaban en promoción, las personas que pagan voluntariamente impuestos adicionales a su obligación legal, los altos precios que no son impedimento para el consumo de licor, comida chatarra o drogas ilegales, frente al bajo precio de los alimentos sanos y nutritivos para mejorar la propia salud, los millennials, jóvenes de generación, y que evitan ser dueños de propiedad alguna, aunque se consideran grandes consumidores. Los agentes del mercado de capitales a veces sobre-reaccionan a ciertas novedades, creando preferencias artificiales entre los agentes que inciden en las decisiones económicas.
Hay que ver cómo influye la publicidad engañosa o subliminal de los medios de comunicación masiva, en las decisiones de compra. Cuántos adquieren productos suntuarios por emulación, para parecerse a otros de su vecindario o a personajes famosos por los que profesan admiración. Las decisiones políticas, como “la teoría del codazo” o “nudge theory” o las campañas típicas del mercadeo social mal entendido, también influyen de manera significativa en algunas decisiones poco racionales.
Las cuentas subjetivas
Keynes hablaba de “la propensión marginal a consumir”. Ahora Thaler profundiza con sus investigaciones en tres rasgos que influyen mucho en las decisiones económicas: la racionalidad limitada, la percepción de justicia y la falta de autocontrol. La gente lleva en su mente una especie de contabilidad, subjetiva, que difiere mucho de la racionalidad contemplada en la teoría económica.
Según “el efecto propiedad”, también analizado por él, las personas le dan en algunos casos mucho más valor a lo que poseen, aunque la realidad demuestre todo lo contrario. En términos de justicia, la gente estaría más dispuesta a comprar un bien a una organización solidaria de comercio justo o de agricultura orgánica, solo por este motivo, aunque los precios fueran superiores en una cadena de mercado de grandes superficies.
Por sentido de justicia, las personas en su cotidianidad no permitirían que alguien abuse de los precios, hasta se abstendrían de comprar para menguar este abuso. Por ejemplo, no pagar un pasaje de costo exagerado a un particular alterno, cuando hay un paro generalizado de transporte público.
Un ejemplo de aparente autocontrol se da cuando la gente tiende a ahorrar si le descuentan de su nómina y no lo haría con gusto de manera voluntaria, aunque se trate de su ahorro familiar o de su propia pensión para el futuro. Gracias a este mecanismo paternalista funcionan muchas cooperativas y fondos de empleados.
La tal racionalidad solidaria
En referencia a la economía cooperativa o solidaria, las teorías sobre la economía del comportamiento, que bien ha investigado el profesor Thaler, tendrían un excelente campo de análisis a partir del supuesto de que la cooperación asociativa se basa en un alto grado de racionalidad.
Se supone que la solidaridad entre humanos en el contexto económico, social, cultural o ambiental tendría mayor eficacia que el comportamiento individual, porque la racionalidad solidaria se basa en principios de propiedad y producción colectiva, distribución equitativa y consumo responsable. Pero la práctica hace pensar todo lo contrario: se observa que la cooperación asociativa no funciona como debe ser, que no es sostenible en el largo plazo y que la ayuda entre todos, que implica conciencia solidaria, no es sostenible en el largo plazo y más parece una utopía.
Muy a menudo las decisiones económicas en una cooperativa se basan en criterios antisolidarios de carácter conductual o psicológico: invertir o ahorrar poco, porque si la cooperativa quiebra, se pierde poco; el asociado busca vincularse por el beneficio que obtiene para sí y no piensa en la contribución personal que puede hacer; el concepto de capital social es egoísta y no se asienta realmente sobre la filosofía de la propiedad solidaria; el crédito se concibe como un mecanismo de reciprocidad sobre los aportes sociales y no como la esencia dinámica del crecimiento económico del colectivo integrado.
Muy frecuentemente en la acción cooperativa prima el bien individual o egoísta sobre el bien común, aunque parezca extraño. La equidad económica falla porque se busca el beneficio de unos pocos, casi siempre los que deciden, en detrimento del beneficio colectivo.
Educación financiera solidaria
En México hay un Instituto, sin ánimo de lucro, dedicado a la investigación de la economía del comportamiento. Su interés enfatiza temas como la educación financiera, la política pública, la psicología del consumidor, el emprendimiento innovador. En nuestro medio, la academia podría interesarse en estos aspectos con criterios de investigación científica.
Queda por trabajar, en nuestra sociedad inmediata, la cultura de la solidaridad asociativa, desde la perspectiva de la economía del comportamiento. La racionalidad solidaria, la lógica racional del homo solidario que debería ir más allá de la del homo económicus, la relación humana entre autoayuda y ayuda mutua, la intercooperación entre instituciones y personas en un contexto de individualismo económico y la ética global solidaria necesaria en las buenas prácticas de buen gobierno que han de caracterizar a la cooperación asociativa: todos estos son temas dignos de investigación en las universidades o en institutos especializados.
Una teoría sobre el comportamiento solidario en las decisiones económicas, tanto a nivel global como en la vida práctica cotidiana, podría dar luces para hacer de la cooperación asociativa el camino del buen vivir en cada comunidad y en un país. Esto merecería un nuevo Premio Nobel de Economía Solidaria.
Foto: faculty.chicagobooth.edu